jueves, 9 de octubre de 2008

TRINCHERILLAS: Para algunos impera el morbo sobre el arte y el oficio

Es curioso que tras la gesta, que no gesto, que realizó el pasado día 3 el torero Miguel Ángel Perera que se encerró en la Plaza de Toros de las Ventas, la gente y algún aficionado sólo habla de las dos cornadas con que se mantuvo en pie y toreando el extremeño.

Uno que ya lleva vistos unos pocos festejos taurinos, estaba acostumbrado a ver que cuando un torero resultaba cogido, en un derroche de pundonor y de valentía y profesionalidad, lo más que se limitaba era a matar al toro con mayor o menor gallardía y, acto seguido se metía en la enfermería y se entregaba a las asistencias necesarias.Lo que no es lógico es hacer esperar al público cuarenta minutos, para intentar salir después de haber sido intervenido quirúrgicamente. Cuando eso se llevó a cabo por Miguel Ángel Perera, ni que decir tiene que los espectadores ya estaban con la mano en el bolsillo asiendo el pañuelo para que, a la mínima que hiciese el diestro, solicitar la concesión del apéndice del toro aunque se acabase con la vida del mismo de forma indecorosa con un bajonazo.

Da todo igual. El torero es un valiente y se lo merece todo. Da igual que haya estado o no por encima del su oponente.

Curiosamente, después del pasado día 3, no recuerda casi nadie las excelencias del toreo realizado en los cinco toros que mató. Es más ha habido cronistas que, eso sí, con todo respeto han hablado de la falta de peso específico de las faenas realizadas por el torero doblemente cogido. Algunos vimos una falta de acoplamiento general en las faenas premiadas, con un toreo perfilero y abusando del pico de la muleta para vaciar hacia fuera las embestidas, cuando no era una sucesión intermitente de enganchones.

No obstante, según algún sector del gran público se consideraba de cumplimiento obligado otorgar al matador el trofeo por que, ni más ni menos, había aparecido en escena la sangre humana.

Esa es la última moda de los gustos de un sector de espectadores taurinos acostumbrados a que ciertas “figuras” “engrandecen” su existencia con el aditamento del morbo de una cogida o una voltereta que deje al torero con el vestido y el rostro ensangrentado. A partir de ahí se duplica el valor del muletazo y aumenta considerablemente la posibilidad de la concesión de trofeo o trofeos.

A grandes cantautores y bohemios de visa oro, que algunos llaman artistas, se les llena la boca de adjetivos como histórico, sin igual, único…etc. Respecto de un determinado matador que no se deja televisar y torea “perritoros” creyendo que tiene el mismo sitio y los mismos reflejos que seis años atrás.

Esto influye de manera decisiva y aumenta considerablemente la probabilidad del que el diestro sea cogido o, como mínimo, volteado, algo que parece que ya va incluido en el precio de la entrada para solaz del público morboso.

Y es que, ya no nos fijamos en la habilidad de los matadores en la exhibición de su oficio ni en la inspiración y propensión al arte y a la plástica desarrollada por otros. Parece ser que cuenta y mucho, según los noticiarios de las distintas televisiones. Cuentan mucho las cogidas y si son de “famosillos” que además pasan modelos, mucho más.

Desde aquí queremos reivindicar el arte y el oficio en el toreo. Desgraciadamente cada vez se hace menos. ¿Alguien se acuerda de la dimensión desde el punto de vista taurino de las faenas realizadas por Miguel Ángel Perera? No. Únicamente queda a la gente en el recuerdo la gesta de continuar en pie a pesar de estar doblemente cogido. Únicamente y, por desgracia, para algunos impera el morbo y se antepone al arte y al oficio.

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